domingo, 25 de septiembre de 2011

Más sobre máquinas expendedores de placer.


Cuando escribí el post “de baños de señoras y de vibradores”, algunos lectores me confirmaron que las vaginas o conejitos de “viaje” a los que hago referencia en él, efectivamente se vendían en los baños para hombres de muchas gasolineras del país.

¿Y con qué fin andan estos artilugios repartidos por toda la geografía germana? Yo creo que se trata de evitar accidentes. ¿Que uno va de Colonia a Munich a la feria del calzado, por decir algo, y en el kilómetro 230 está aburrido y cansado de tanta carretera y manta? Pues nada, en lugar de tomarse el socorrido café bien cargado, que no está exento de efectos secundarios, se compra una vagina de goma, que es ideal para liberar tensiones y dar aire fresco al recorrido.

La máquina expendedora está muy bien pensada, porque también te ofrece la posibilidad de comprarte unos preservativos, que creo que pueden ser muy útiles si el artefacto, como todo hoy en día, está hecho en china y sin ningún tipo de control sanitario. Evitar una urticaria que te pueda subir por el cuello y cubrirte parte de la calva es, sin duda, recomendable. Los anillos vibradores deben ser para los que viajen en pareja, o para aquellos que prefieren una experiencia más tridimensional. Hasta aquí mis teorías.

Que yo me topara con una de esas máquinas iba a ser bastante improbable, porque tendría que colarme en unos baños que no me correspondían para hacer furtivamente una foto sin interrumpir con el flash la micción de algún viajero.

Pero bueno, la ocasión se presentó de otra manera y llegó la foto, que además no está sacada en ninguna gasolinera. Se trata de la máquina expendedora que hay en el baño de hombres del Waschsalon, sí, el mismo que ofrece vibradores femeninos a 2 euros, ese lugar bullicioso y encantador situado en la zona comercial más animada y transitada de Colonia.

Desde entonces, entro en todos los baños de la ciudad esperando que alguno me sorprenda, pero ninguno les ha superado hasta la fecha. Os mantendré informados, claro.


viernes, 23 de septiembre de 2011

Cómo invierte Alemania en sus trabajadores.


Bajo el lema “El futuro necesita formación”, el ministerio de trabajo de Renania del Norte- Westfalia (NRW) lleva desde el año 2007, asignando parte del fondo social europeo a la formación continuada de sus empleados.

Para acceder a la ayuda económica, hay que ser trabajador autónomo o pertenecer a una empresa de la región. Con este proyecto se pretende mejorar la formación y las oportunidades laborales, evitar que el trabajador se quede anclado y sin recursos en una estructura obsoleta.

La campaña de divulgación funciona con eficiencia alemana y en todos los centros de estudios te informan de que tu factura puede verse reducida sustancialmente si solicitas uno de estos cheques que cubre el 50% del importe del curso con una cantidad límite de 500 euros.

Cuando me lo dijo mi profesora de inglés, una británica muy resabida, pensé que aquello debía tener gato encerrado y pensé en un largo y aburrido trámite burocrático que al final me haría renunciar a la idea.

Llamé solicitando información y me dieron cita, una cita para la que debía esperar tres semanas y la verdad, no me pareció el comienzo de una bonita amistad. Me preguntó al teléfono qué es lo que quería hacer y dónde y me recordó que no podía inscribirme en el curso antes de hacer la solicitud. No lo olvide, si no perderá la oportunidad, repitió.

En esas tres semanas pensé varias veces en cancelar la cita, pero no lo hice y mi paciencia se vio recompensada.

Cuando llegué al edificio administrativo y caminé por esos largos pasillos impolutos llenos de despachos cerrados, me dije que jamás aceptaría un trabajo en un lugar como aquel y no sé por qué, pensé en Kafka y en algunos de sus interminables y laberínticos pasillos de ficción.

Pero cuando traspasé la puerta, la luz caía a raudales sobre la mesa y el despacho me pareció un oasis en medio de aquel desierto. Allí me esperaba una señora simpática y rechoncha con un peinado corto imposible, que me impedía todo el tiempo concentrarme en la entrevista.

- ¿Me muestra su pasaporte por favor?, dijo alargando la mano.
Lo dejé en la mesa llena de vanidad, sabiendo que le extendía el documento con más sellos y visados con el que se habría topado hasta la fecha. Vaya, dijo sonriendo, aquí tiene usted más de una historia.

- ¿Ha hecho alguna formación en los últimos dos años?.
- No, le dije, llevo apenas un año y medio de regreso en el país.
- ¿Ha traído el presupuesto del centro donde va a estudiar?
- Le extendí la oferta, con la esperanza de que no le sacara peros.

En un minuto había metido todos los datos en su ordenador y había impreso un certificado a mi nombre por un importe máximo de 500 euros a canjear en las próximas semanas. Le dejo también una lista de centros alternativos, dijo, por si le resulta muy cara la oferta que ya le han hecho.

Se levantó, me dio la mano y nos despedimos con un intercambio de sonrisas.

Salí de nuevo a aquel pasillo inhóspito, cerrando la puerta tras de mí. Miré el documento y no lo podía creer. Dos minutos habían tardado en financiar mi educación, ¡dos minutos!. 

Me pareció como si tuviera un socio, un socio con capital y visión. ¡Qué suerte!

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Comprar un piso en Colonia sin morir en el intento



Llevo meses queriendo comprar un piso en Colonia y jamás hubiera pensado que algo que parecía tan fácil, se convirtiera en una carrera de obstáculos en la que no conseguía ni siquiera participar.


Teniendo en cuenta la horrible situación del mercado inmobiliario español, supongo que os resultará sorprendente saber que la demanda en Colonia es muy superior a la oferta y que hay batallones de gente peregrinando por periódicos y páginas Web en busca de pisos que no existen.

Las zonas del centro son las más codiciadas y la carrera por obtener una vivienda en uno de los típicos barrios de la ciudad se ha convertido en una especie de combate que requiere no solamente de fondos, sino de gran destreza e innumerables estratagemas para posicionarse por encima de otros posibles compradores y sacarlos de un empujón de tu camino.

Los agentes inmobiliarios no dan abasto y a veces resulta difícil que contesten a tu solicitud. Esto se debe a la avalancha de llamadas que reciben a diario y a la certeza de que cerrarán la venta con los primeros visitantes.

Las citas pueden ser individuales, pero generalmente se convoca a todos los interesados a la vez. He participado muchas veces en estas visitas colectivas y comprobado que no importa lo puntual que seas, siempre te encontrarás a unos cuantos que ya hacen cola en el portal para ganarte la mano y el piso.

El desconocimiento de semejantes artimañas me ha ocasionado sólo disgustos y he visto hasta en tres ocasiones, en ¡tres! como desaparecía el piso de mis sueños. Pasen, pasen, decía el vendedor enseñando dientes, si quieren miren, pero tengo que decirles que los señores que acaban de salir lo acaban de comprar.

Empecé a tener la sensación de que cuanto más me empeñaba yo en comprar, más terca se ponía la providencia y sufrí toda clase de mañas y caprichos. Hubo quien aprovechó la demanda para incrementar el precio de venta en el último minuto y un par de ellos que decidieron que el mercado estaba lo suficientemente maduro como para vender los pisos en paquetes de dos y de tres. ¿Qué quiere el pisito del primero, el más bonito y luminoso? Pues tiene que comprar también el del segundo o tercero. Y aprovechaban para meterte en el lote, aquellos pisos en desventaja.

Así que tuve que cambiar de estrategia para conseguir mi objetivo y durante días hice guardia delante del teléfono hasta conseguir una cita que prometía.

El sábado, día de la visita colectiva, me calcé las zapatillas biónicas dispuesta a escalar la fachada si hacía falta. Como llevaba la lección bien aprendida, me presenté con media hora de antelación.

No había hecho más que llegar cuando vi aparecer a los siguientes. Me regocijé de ser la primera y pensé que aquellos también debían tener experiencia con el tema, porque me miraron con rencor. No me había equivocado, aquello parecía una peregrinación.

La cosa se puso muy interesante y en cuestión de minutos, no cabía un alfiler en la casa. La gente se atropellaba en las habitaciones y el pasillo se hacía intransitable. Salí como pude de aquel tumulto y le miré a P., quién me hizo un guiño cómplice, a él también le gustaba, ¡bien!.

Nos sentamos en la terraza del Waschsalon, el bar de los vibradores, y nos pedimos un Riesling. O nos decidimos ya o nos lo quitan, le dije, este también nos lo quitan.

Pegó un trago, cogió el teléfono y marcó. Se me escapó una risa, aquella misma mañana había tardado mucho más en comprarme un par de zapatos. Pero me sentí feliz, lo tenía, por fin lo tenía.

jueves, 15 de septiembre de 2011

El vecino traidor



Siempre he pensado en la gran ventaja que es ver al enemigo venir de frente. Una vez superado el susto, uno tiene la oportunidad de pegar un salto y retirarse del camino a tiempo. Pero ¿qué hacemos cuando alguien acecha sigilosamente desde una esquina y aprovechando nuestro descuido da un salto y ¡ZASSSSSSS! cae sobre nosotros y nos derriba?.

Pues bien, los vecinos por estas latitudes pueden pertenecer a este último género, al de acoso y derribo y para qué vamos a negarlo, la embestida de un vecino furibundo puede ser peor que el ataque de un oso pardo, aquí y allá.

El caso es que una pareja andaluza se vino a Colonia con uno de esos contratos laborales de ensueño. Nada más llegar, se buscaron una casita con jardín en una de las zonas más tranquilas y campestres de la ciudad. En el jardín colocaron una caseta para Toby, su perro y le dejaron allí, día y noche, noche y día, a su aire, porque los perros también necesitan su espacio, o no?.

El caso es que un día les despertó el cartero, que traía una carta certificada.
Toby ni ladró ni salió de su caseta, obviamente seguía a su aire.

Los Sánchez abrieron el sobre nerviosos y ¡ZASSSSSSS! algo les cayó encima, les golpeó, les derribó al suelo, metafóricamente, quiero decir. El vecino de enfrente, el de la casa más pequeña les había denunciado! Y ¿por qué, pourquoi, why, warum? se preguntaron.

¡Toby!, era por Toby gritaron a una! Y sí, era por Toby.

¿Cómo era posible, había pensado el vecino traidor, que esta pareja de desalmados tuvieran al perro durmiendo a la intemperie y sin calefacción en la caseta? Les había monitoreado durante semanas, y aquello no podía ser, había corrido a poner una denuncia y tendrían que declarar en la comisaría. (No sé si ellos se lo preguntaron, pero yo me lo pregunto todavía, ¿cómo había podido constatar aquel individuo que dentro de la caseta no había calefacción? ¿Había metido la cabeza? ¿Se lo habría contado Toby?)

Los Sánchez que de tontos no tienen ni un pelo, han enviado al perro de vuelta a Andalucía, no sea que al final vayan a perder la custodia y vaya a un centro de acogida, donde las casetas sí tienen calefacción, doy fe de ello.

La historia suena a cuento, verdad? Pues siento desilusionaros, es real como la vida misma.

Pero igualmente real es que en Alemania las temperaturas invernales pueden llegar a los 20 grados bajo cero y la capa de nieve acumulada en calles y jardines puede ser de hasta un metro. Los inviernos son duros, los árboles han perdido sus hojas, el césped está ralo, quemado. El exterior no es el mejor lugar para vivir. Y sí, los perros que duermen en casetas, no conozco muchos, tienen incorporada una pequeña calefacción.

Ahora que cada uno piense lo que quiera. Amén.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Aparcar en Colonia, puestos a prohibir, ¡prohibamos!



Esta foto es de una máquina de la OTA alemana con un interesante mensaje en la pantalla : “Verbotene Summe”.

Este mensaje me apareció la otra noche cuando intentaba sacar un ticket para aparcar en la calle por 1 euro, 50 céntimos. Como era de noche, las 22:15 para ser exactos y la calle, a pesar de ser una gran avenida, estaba oscura, no conseguía saber por qué la máquina se empecinaba en devolverme el dinero.

Metí varias veces las dos monedas pulsando a tientas el botón sin conseguir que la máquina entrara en razón. Como no avanzaba, no me quedó más remedio que sacar el teléfono del bolso y encender la linterna para ver qué demonios pasaba con aquel artefacto.

Enfoqué la pantalla y me sorprendí con el mensaje “Verbotene Summe”, que en resumidas cuentas significa "cantidad o importe PROHIBIDO". Um Gottes Willen! Prohibido? Dije en alto, ¿de verdad prohibido en toda la extensión de la palabra?.
Me quedé atónita.

Leí detenidamente las instrucciones y comprendí que sólo podía comprar medias horas, nada de minutos sueltos. Tenía que meter dos euros por los cuarenta y cinco minutos que faltaban para las 23:00 horas, cuando finalizaba el horario de pago.

¿Qué iba a pasarme ahora?. ¿Abriría la avariciosa máquina sus fauces para engullirme?,¿sacaría un brazo que me agarraría por el cuello para detenerme, o iba a salir un diminuto individuo con credenciales que me multaría por semejante tropelía?.

P. y yo nos miramos pasmados. Vaya contundencia en el uso del idioma había tenido el fulano que había elegido aquellas palabras. Cualquier otro adjetivo como erróneo o incorrecto no le había parecido suficiente, PROHIBIDO era sin duda lo mejor, había que amedrentar a los fuera de la ley.

Cuando volví en mí, no podía parar de reír. La noche había empezado bien, habría que celebrarlo con un buen Gin Tonic.

viernes, 9 de septiembre de 2011

de Sushi, neurosis y resabidillas



Hoy he estado comiendo en uno de esos locales de sushi donde los diferentes platos de la carta van circulando alrededor de una barra. Como la cadena no para, si no te da tiempo a sacar algún plato, no tienes más que esperar a la siguiente vuelta. Cada plato tiene un color y cada color un precio. 

Pues bien, estaba yo tomándome unos rollitos con aguacate, cuando ha entrado en el local una señora bastante acelerada. Por las preguntas que hacía no parecía conocer el sistema de autoservicio-color-precio y ha vuelto a todo el personal loco, con sus innecesarias idas y venidas por la barra examinando cuidadosamente los ingredientes.

Los empleados, todos asiáticos, no hablaban muy bien alemán y a duras penas parecían entenderse. En una de estas le pregunta al encargado señalando una ración que pasaba en ese momento por su lado, ¿y éstos, de qué son?. 

-Atún, dice el chaval muy amable.

-Ya, atún, ummm y ¿dónde lo pescan?.

Silencio absoluto.
- ¿Dónde lo pescan?, repite obstinada.

-El hombre, nervioso, necesita un rato hasta que consigue balbucear una respuesta que no llego a escuchar.

-Ya, dice la señora arrugando la nariz con cara de disgusto. Entonces, de esos no.

Intuyo por el gesto y la negativa que el lugar de origen del atún no le ha gustado en absoluto, seguramente está preocupada por radioactividad o contaminación en el pescado. No doy crédito, me quedo con la boca abierta, mientras los palillos se me escurren de los dedos y caen al suelo. La miro y la miro y la vuelvo a mirar y no puedo evitar encasillarla en un lugar poco privilegiado. 

¿Cómo es posible que alguien entre en una franquicia japonesa que opera en todo el mundo y se le ocurra preguntar a un empleado que dónde pescan el atún?. Es como si entras en el McDonald's y le preguntas al del gorrito que dónde crían las vacas, compran la carne o de qué terruño son las patatas. 

Cuando acaba de hacer su elección, pide que se lo preparen para llevar. 
El empleado le pregunta si quiere también llevar té.

La mujer se vuelve de nuevo al encargado y le dice que le parece muy mal que pongan té para llevar, porque el té necesita reposo y además hay que beberlo rápidamente para que no amargue. Una vez dejada su opinión, paga y se va sin dejar ni un céntimo de propina.

No somos nadie.

jueves, 8 de septiembre de 2011

De usos y costumbres, en Alemania y otros lares


Cuando visitamos un país, la mayoría recurrimos a las guías de viaje tradicionales o a Internet. Nos preocupa saber qué visitar, dónde comer o qué hoteles se ajustan mejor a nuestro presupuesto.

A pocos se les ocurre que temas como la propina, dónde sentarse en un taxi, qué ropa llevar o cómo saludar y dirigirnos a los demás puedan ser importantes. Yo soy de las que cree que cuanto más se conocen las costumbres de un país más se disfruta de él e intento practicarlo.

En Alemania es habitual sentarse al lado del conductor del taxi y no detrás, dar propina en bares y restaurantes redondeando la cifra al pagar, y no dejándola sobre la mesa, o dar entre 20 y 50 céntimos de euro a la persona que limpia los baños.

El alemán, se presenta y saluda de manera muy formal, la mayoría de la gente se trata de usted, incluso entre compañeros de trabajo, vecinos o conocidos. Aunque los dos besos en la mejilla se utilicen cada vez más entre gente joven o más cosmopolita, lo habitual sigue siendo dar la mano.

La primera vez que me presentaron a una chica alemana en un café de Bilbao, me acerqué para darle dos besos.

La mujer no debía saber mucho de las costumbres del país que visitaba y mi acercamiento la violentó. Como no entendía lo que pasaba, se echó incómoda hacia atrás y en lugar de poner la mejilla, empezó a revolverse y a girar el cuello porque no conseguía acoplarse al saludo de manera natural. Jamás hubiera pensado que aquello pudiera resultar tan difícil y sobre todo tan ridículo.

Me juré que jamás volvería a saludar a un extranjero de esta manera. Me acostumbré a dar la mano guardando las distancias, aún pensando que en algunas ocasiones un par de besos hubieran estado mejor.

Pero esta costumbre tuvo que adaptarse a otra cuando viví en México. El mexicano es tremendamente cariñoso y los besos y abrazos forman parte natural del saludo.

Dejo esta historia y otra sobre Egipto para el próximo post.