En mi trayecto a la oficina, atravieso una de las calles peatonales más concurridas de la ciudad. Estas idas y venidas diarias me han ayudado a conocer de vista a casi todos los personajes que se buscan la vida en esta zona repleta de tiendas. Hasta ahora he descubierto cantantes de pop, tenores, músicos kurdos, rusos o húngaros, magos, contorsionistas africanos, varias acordeonistas rumanas con perro, un guitarrista country en tanga y botas de cowboy, un loco que hace como que toca y una banda de pedigüeños cojos, pero de pega, cuya procedencia ignoro.
Algunos arman un auténtico revuelo y concentran a numerosos curiosos y turistas ávidos de llevarse una foto a casa. Sin embargo hay otros que, aunque parezca mentira, no saben ni cómo sujetar el instrumento que portan y por mucho que se empeñen, no consiguen sacarle más que un aullido imposible, eso sí, sin ruborizarse ni un poco.
De todos ellos, el que más me llama la atención es un flautista majareta. Cada vez que me encuentro con él, un mulato alto y nervudo, está en pose de haber acabado su interpretación, enjugándose la frente, mirando como al vacio después de un enorme esfuerzo interpretativo. Si me paro un rato y le observo, le veo llevarse la travesera a los labios y empezar a soplar como si quisiera sacar un sapo que el instrumento se hubiera tragado. La gira, la mira y la remira, sopla de nuevo pero no la desatasca. Los lamentos que salen de la flauta, llaman la atención de todo el que pasa y la gente acaba pensando que el músico tiene algún problema “técnico”, lo que siempre le reporta algunas monedas. Sólo el que tiene paciencia y alarga la espera, se da cuenta de que aquello no pasa de ser un concierto de pedorretas y salivazos. Y todas las tardes la misma función, una tras otra.
Pero algo de mérito debe tener, pasar las horas con los dedos y los labios congelados intentando mantener el tipo y la dignidad, aunque sólo sea a base de un guión bien estudiado. La cabeza se le fue, sin duda, no sé adónde, tampoco sé cómo llegó hasta aquella esquina y tampoco por qué se quedó.