jueves, 9 de agosto de 2012

celiaruizblog, el nuevo BLOG


Queridos seguidores, lectores ocasionales y espíritus curiosos que os pasáis por aquí,

después de varios años contando en la red mis experiencias como expat en diferentes países, ha llegado la hora de abrir un blog central que albergue todos los proyectos que he tenido hasta la fecha y que estaban hasta ahora dispersos, me refiero a Cuadernos de Cairo, Cuadernos de Colonia y Artes y Tradiciones de México.

Este nuevo y definitivo blog está ya activo y su dirección es www.celiaruizblog.com. En él continuaré escribiendo regularmente. Pero no sólo encontraréis los nuevos artículos, también podréis consultar el archivo de todo el material que escribí sobre Egipto, Medio Oriente, Alemania y México, además tendré próximamente nuevos posts relacionados con esos países en los que viví mucho tiempo.

Por eso todos los blogs serán redireccionados hacia www.celiaruizblog.com en los próximos días. Así que os pido que actualicéis vuestras suscripciones para no perderos de vista, sería una lástima después de tantos años acompañándome.

¡Nos vemos!



lunes, 2 de abril de 2012

Davide, el peluquero.

Conocí a Davide por casualidad mientras esperaba en la calle a alguien que llegaba con retraso. Pasé el rato observándole a través del gran escaparate de su peluquería en el barrio belga de Colonia. Muy pequeño, delgado pero musculoso, con camiseta blanca de tirantes, vaqueros negros y botas de militar; el pelo corto, rapado.

La peluquería tenía sólo un sillón donde atendía a una clienta que me pareció moderna y con estilo. Hablaban poco mientras él le retocaba una larga y ondulada melena trigueña.

Como había tenido mala suerte con el último corte de pelo y Marcel, me habían dejado una ridícula coronilla que más parecía el trasero de un pato que una melena, decidí entrar y pedirle una cita para que me arreglara aquella estupidez.

Lo siento, pero tengo una agenda muy apretada, si quieres puedes llamar a este amigo mío, me dijo nervioso tendiéndome una tarjeta. Este inesperado recibimiento me dejó con la boca abierta y no sé ni como tuve el valor de insistir, eso sí, con la mejor de mis sonrisas, de que fuera él y no su amigo quien me atendiera. La clienta, para apoyar, se giró en su asiento y me dijo señalándole, Davide es bueno, muy bueno.

A Davide no le quedó más remedio que soltar las tijeras y darme un número de teléfono de la centralita que le organizaba su agenda. No lo hago yo, me aclaró, me pone nervioso interrumpir mi trabajo para hacer citas.

No le llamé hasta pasadas varias semanas. El secretario me preguntó si era clienta y si no, quería saber quien me lo había recomendado. No me vi con ganas para repetir la historia completa, así que abrevié con una respuesta fácil que no generara más preguntas.

Cuando llegué a mi cita me tocó esperar. Davide estaba rapando una cabeza cana, pero me recibió con una sorprendente y encantadora sonrisa. Fue su amigo, el otro peluquero, el que hizo las veces de anfitrión. Muy amable, me trajo un café y charló conmigo de coches, motos y otros temas que le debían interesar a él más que a mí. Davide y él se miraban mucho a través de los espejos, me pregunté si serían novios.

Davide resultó ser italiano y un tipo mucho más humano de lo que se había empeñado en parecer. Me escuchó serio mirándome a los ojos, sin interrumpir. Me miró por delante y por detrás, de perfil y de frente y me dijo, los peluqueros cometen tantos desastres porque no saben escuchar. Debía tener razón.

Nada más coger las tijeras entramos en conversación y se excusó por el recibimiento del primer día. Me aclaró que no soporta que le entren desconocidos en la peluquería, no lo sopoooooorta. Le sugerí que si ese era el problema, podía probar a trasladarse a una cabaña al monte, allí seguro que no le encontraría nadie. Me miró atónito y soltó una serie de carcajadas contagiosas, mientras se retorcía con la cara encendida dándome golpecitos en el hombro con la mano que sostenía la tijera. En cuanto se sintió seguro se soltó y me contó algunos capítulos se su vida que me hizo presagiar que Davide era un tipo tierno, pero de lo más extravagante. Así estuvimos parte de la tarde, conversando a través de los espejos.

Cuando acabó me miró encantado con el resultado, yo también lo estaba. Me abrazo con fuerza y me retuvo un buen rato. Me agradeció la charla, ha sido muy interesante hablar contigo me dijo mirándome de nuevo a los ojos y dejando caer un montón de chocolatinas en el bolsillo.

martes, 28 de febrero de 2012

Barrios de Colonia: Ehrenfeld

 Ehrenfeld es uno de esos típicos barrios de Colonia que suena por dos motivos. Uno, por su numerosa comunidad turca y su magnífica mezquita en construcción y el otro, por la proliferación de teatros alternativos, talleres de artistas, cafés y restaurantes de diseño.

Cuando quiero escaparme un rato de la rutina, me acerco a respirar esa atmósfera que me recuerda, salvando las distancias, al de las calles comerciales de El Cairo, llenas de colores vibrantes, ropa imposible, desorden y ruido.

La calle Venloer es la arteria que lo atraviesa, un auténtico hervidero de pequeñas tiendas, locales de comida rápida, pastelerías de empalagosos dulces árabes, peluquerías y manicuras, todos ellos reivindicando a gritos su carácter turco.

Esta comunidad importa gran parte de lo que consume de Turquía, algo que se nota nada más entrar en alguna de las tiendas de gestión familiar. Recorrer los pasillos e intentar buscar un producto que te sea familiar es un juego que requiere de gran pericia. Estamos en dominios turcos y allí se habla y se vive en turco. Junto al típico yogur original que ya se vende en otras tiendas de la ciudad y que es delicioso, uno puede encontrarse con cualquier cosa, desde gominolas, almendras, queso, carne precocinada, agua mineral de nombre impronunciable o misteriosos envases de huevos de dos yemas, hasta enormes fajas, zapatillas floreadas, sartenes o cabello postizo de un rabioso color rubio cobrizo.

Hay tiendas de exuberantes colchas y porcelana dorada, escaparates con muñequitas de sonrisa pícara recién llegadas de Estambul, librerías especializadas en material escolar y coranes y peluquerías tan exóticas que no podrían sobrevivir en ningún otro barrio de la ciudad, llenas de mujeres de ojos grandes y cabello ensortijado.

Pero Ehrenfeld no es sólo esto. Si uno se adentra en una de las pequeñas calles transversales a la Venloer, el mundo se presenta de otra manera, volvemos al orden, pero a un orden con gracia, con un cierto flair parisién. Hay pequeños cafés, cálidos y acogedores, donde tomar un espresso con algún dulce casero es un placer que no ofrece el Starbucks. Licorerías con cientos de aguardientes, vinotecas o cigarrerías, restaurantes alfombrados, iluminados con vibrantes lámparas, espejos y mesas madera, para degustar un menú limitado pero fresco.

Esto es lo genial del barrio, esa convivencia de culturas dispares, donde cada una ha encontrado su sitio y se ha representado a su manera, en una especie de performance callejera. Un paseo y una cena de fin de semana, es totalmente recomendable.

viernes, 3 de febrero de 2012

De zapateros y problemas cotidianos


En mi primera época en Colonia tuve un zapatero remendón especialista en pelearse con todo aquel que tuviera la desdicha de caer en su tienda. Joven y medio guapo, con camiseta ajustada y pelo a lo Elvis, era un típico representante de ese género que siempre cree tener razón. Si a esta característica le añadimos que tenía un humor de perros, el tipo se convertía en un petardo insoportable.

Era casi imposible dejarle un par de zapatos sin que encontrara un motivo para ponerte reparos o hacerte quejas. A la primera de cambio te lanzaba cualquier comentario desagradable, viniera a cuento o no. No había manera de contentarle con nada, posiblemente porque él mismo encontraba su oficio tedioso.

Si no pagabas por adelantado la armaba, y si querías las tapas más finas o más gruesas de lo que él se imaginaba, la armaba también. Con los plazos de entrega era imposible ponerse de acuerdo y si se te olvidaba el recibo para recoger tu calzado, se ponía del revés. El pobre diablo no llegaría a los 30 años y ya arrastraba una frustración que me parecía le iba a costar muchos disgustos.

El día que no tuve ganas de verle la cara y le pedí a P. que recogiera los zapatos por mí, comprendí que debía cambiar de zapatero.

Descubrí una alternativa en la galería del Neumarkt, justo en la planta baja, la que lleva a la boca del metro por un lado y a la entrada de Karstadt por el otro. En esa planta hay unos cuantos restaurantes de comida rápida, supermercados, alguna cafetería y pequeños negocios de arreglos y otros apaños.

Llegué con un par de cinturones que necesitaban unos agujeros más. Me costó encontrar a su dueño, escondido como estaba detrás de varios expositores de plantillas, un cargamento de zapatos usados y una máquina para el copiado de llaves.

Alto y robusto, de aspecto y acento turco, tenía una de esas lustrosas barrigas que preceden a comedores voraces. Me saludó simpático y enseguida entendió el encargo, que me devolvería en unos minutos, dijo. Se puso manos a la obra usando un taladro, pero como uno de ellos tenía un cuero muy grueso, al agujero había que añadirle un corte para facilitar la entrada del gancho de la hebilla. Sacó una navaja multiusos del bolsillo trasero y ayudándose de un martillo, consiguió hacer las incisiones. Yo le observaba con cara de susto, pensando que si se le iba la mano iba a rajar el cinturón de lado a lado.

Los trajo de vuelta al mostrador dejando ver un enorme anillo de oro en el dedo meñique. Cuando hice ademán de pagar me dijo con un gesto rápido: - no, no es nada. Muchas gracias, le dije agradecida, me ha hecho usted un favor. Nada, nada, cuando se los ponga se acuerda de mí, me despidió.

La idea de inmortalizar al zapatero en la cintura de mis pantalones no me dejó muy satisfecha, pero reí la ocurrencia encantada con mi hallazgo.

viernes, 30 de diciembre de 2011

Bilbao en las distancias cortas

El Globo es uno de mis bares favoritos de Bilbao. Tiene un ambiente acogedor, sin pretensiones, buenos vinos y una estupenda selección de pintxos con mucho sabor vasco. Recomiendo el gratinado de bacalao, o la tortilla de patata, la hacen muy bien.

En estos días fríos me gusta sentarme dentro, en la mesa junto a la ventana y observar la boca del metro y el continuo ir y venir de gente. Antes de que se pierdan para siempre, les miro de arriba abajo e intento adivinar de qué barrios o pueblos vienen, o cualquier otra característica interesante que revele su aspecto.

Muchos me sorprenden por su estudiado y perfecto atuendo, no se les puede sacar una falta, quizá lo único que juegue en su contra sea una cierta ausencia de atrevimiento en el vestir, les falta ese algo “descarado” que se ve en ciudades más cosmopolitas. Creo que si les viera en cualquier aeropuerto del mundo, sabría desde lejos, que son vascos.

Veo pasar a una chica mulata de pelo ensortijado y trasero prieto, muy guapa. Lleva un papelito en la mano, podría ser una dirección. Se la ve perdida, mirando los edificios a derecha e izquierda, va a una entrevista de trabajo me digo cuando le miro las playeras, algo destronchadas.

En la puerta del bar hay algunas cuadrillas que, a pesar de las frías temperaturas, prefieren tomarse el vino fuera. Muchos están con niños, aprovechando que es una zona peatonal y pueden correr sin peligro. Miro a esos niños y me parecen tan típicos de aquí como las trufas de Arrese, creo que deberían tener derecho a la denominación de origen. Esas niñas con enormes lazos de raso en el pelo y vestiditos cortos con leotardos y merceditas, las más pequeñas, muy monas, las mayores muy cursis.

Parecería que la crisis no hubiera llegado nunca a este barrio, si no fuera por el afilador de cuchillos que está trabajando junto a la boca de metro. Le miro sorprendida, no recuerdo haber visto nunca uno en la ciudad. El hombre tiene aparcada una moto en la barandilla y hace girar la piedra afiladora a golpe de motor. Pasa por los bares y restaurantes de la zona y afila sus cuchillos, parece que ha recuperado un oficio del cual todavía se puede vivir, bravo.

Pago la cuenta y salgo. No llueve, qué milagro.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

Tradiciones gastronómicas de la Navidad

Hoy he estado en la carnicería, pero una de verdad, de las que ya quedan pocas. Tenían una estupenda selección de carnes y caza y un buen asesoramiento al otro lado del mostrador. He encargado jabalí. Jabalí para la Nochebuena.

Con este menú me alejo de las tradiciones gastronómicas familiares. En mi casa eran típicos los caracoles a la vizcaína, el bacalao al pil-pil y el cordero al horno y se repetían año tras año. Recuerdo una vez que mi madre quiso innovar y nos preparó faisán con uvas, estuvimos comiendo croquetas toda la semana, pobre ama.

El jabalí irá guisado con tomillo y frutos secos, cocinado con vino de crianza, oloroso y armagnac y acompañado de puré de manzana y rösti. Aunque la receta despista y pudiera parecer centroeuropea, no lo es. La he descubierto en un recetario de Arzak que andaba perdido en la biblioteca.

La carnicería estaba tranquila, uno de los pocos sitios que no estaba colapsado, aunque ya me han avisado que el 24 por la mañana habrá largas colas de espera. Mejor recoger el pedido la noche anterior.

Había muchas carnes típicas de la Navidad. Patos enteros, o magret y confit, lomo de corzo, ganso, liebre o rack de cordero.

En Alemania, los platos más elaborados se reservan para el día de Navidad. El menú tradicional para la Nochebuena es sencillo, consiste en ensalada de patata con salchichas, escalope o hamburguesas. Es algo estratégico, a primeras horas de la tarde se abren los regalos y los niños se pierden y aunque cada vez hay más familias que optan por algo más sofisticado, muchos prefieren reservarse para el banquete de los días 25 y 26.

Mis mejores deseos para la Navidad.

lunes, 19 de diciembre de 2011

de compras navideñas y de avalanchas

Esta mañana he ido de tiendas por la zona peatonal del centro. Aunque el país goza de una economía envidiable y la gente gasta como nunca, las tiendas llevan ya varios días de rebajas, medida que ha contribuido a enloquecer todavía más al personal, que ha aprovechado el buen tiempo para hacer las compras navideñas y no dejar títere con cabeza.

Los músicos andaban tocando en sus esquinas habituales un tanto desconcertados, porque el intenso tráfico no parecía repercutir en su beneficio. Avanzar a oleadas se hacía difícil y por tanto nadie se paraba a escuchar y mucho menos a depositar unas monedas.

La explanada de la catedral estaba imposible. Frente a la entrada me he encontrado al grupo habitual de artistas callejeros, tipos de medio pelo disfrazados con muy poca gracia. Pasan el rato subidos en una peana y animando a la gente a echar un donativo. El periódico local informaba estos días que están “contratados” por una mafia rumana y que todas las mañanas a las 9:30 hacen cola en el banco de la estación central para transferir a los capos la mayor parte del botín.

Para evitar que las hordas enloquecidas me arruinaran el día, me he refugiado en el Lichtenberg, un bar que me encanta. La recomendación del día era rollo de patata con col gratinado y acompañado de ensalada de invierno. Aunque lo de “invierno” no lo he llegado a entender, estaba buenísimo. El local y la comida son totalmente recomendables, además el personal es encantador y no muerde nunca, lo que es de agradecer en estos tiempos que corren. Si probáis, ya me contaréis.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Adoquines de latón y las víctimas del nazismo

Creo que muchas veces miro al suelo mientras camino, me parece que todos lo hacemos. Fui consciente de ello cuando empecé a encontrarme con unas pequeñas y relucientes baldosas integradas en el pavimento de muchas de las aceras de Colonia que llamaban mi atención casi todos los días.

Estos pequeños adoquines son de latón y recuerdan a todos aquellos judíos, gitanos, homosexuales y otras víctimas de persecución política o religiosa que fueron deportados durante el nazismo. Son pequeñas tumbas que nos recuerdan la historia.

Las baldosas se encuentran junto a las casas donde vieron o trabajaron antes de ser deportados y llevan inscritos sus nombre, año de nacimiento y la suerte que corrieron.

Siempre que me encuentro con ellas me paro a leer los datos y un escalofrío me recorre el cuerpo, muchas veces son familias enteras que corrieron la peor de las suertes. A pesar de haber muchas, no consigo acostumbrarme, por suerte. A veces las veo brillar de lejos e intento no pisarlas, no sé por qué, pero no puedo hacerlo.

La iniciativa es obra del artista alemán Gunter Demnig quien dice “sólo se olvida a las personas, cuando olvidamos su nombre”. Estos adoquines se pueden ver en todo Alemania y en varios países de Europa y son colocados por encargos provenientes de iniciativas privadas o asociaciones. Visita la Web del artista para más información (en alemán).

martes, 13 de diciembre de 2011

Antigua receta familiar del Stollen navideño


Algunos de vosotros me habéis escrito pidiéndome la receta del Stollen, el pastel alemán de la época navideña, así que he pensado que lo más fácil es publicarla en un post. No es un pastel para principiantes, hay que tener algo de idea de cómo se trabajan los ingredientes en repostería, pero el viaje culinario merece la pena aunque acabéis cubiertos de harina. ¿Listos? pues remangaros bien que empezamos.

He elegido la receta tradicional de la familia, sacada de un libro de cocina de principios de 1900.

Ingredientes

500 gramos de harina
125 gramos de azúcar
1 sobre de levadura
1 cucharada de vainilla
1 cucharada de ron
1 cucharada escasa de zumo de limón
1 cucharada escasa de licor de almendra amarga
1/3 de cucharadita de nuez moscada rallada o la punta de un cuchillo
1/3 de cucharadita de Cardamomo en polvo
2 Huevos
175 g de mantequilla
250 g de quark o en su defecto, yogur griego, espeso y ácido, sin azúcar.
125 g de pasas sultanas
125 g de pasas de corinto (algo más grandes)
125 g de almendras peladas fileteadas
50 g de corteza de limón escarchada troceada (Zitronat en alemán)

Para untar la superficie después del horneado, 50 grs de mantequilla
Para espolvorear al final, azúcar glas

Supongo que para los que estéis fuera de Alemania no será fácil encontrar algunos ingredientes, pero prescindir de un sabor de almendra amarga o utilizar sólo un tipo de pasas no va a representar un cambio sustancial, si es importante respetar las cantidades. Nosotros cuando vivíamos en México teníamos que utilizar yogur normal que era lo más parecido al quark que encontrábamos y el pastel salía igualmente bien.

En este vídeo de una de las fábricas tradicionales podéis ver las fases del proceso.


Elaboración

Podéis trabajar encima de la mesa o usar un recipiente de buen tamaño. Primero pasamos la harina por un colador para que quede más fina y la mezclamos con la levadura. Hacemos un agujero en el medio, tipo volcán y ponemos en él el azúcar, las especias, vainilla, ron, almendra amarga, el zumo de limón y los huevos y vamos trabajando la mezcla con los dedos mientras incorporamos poco a poco la harina lo pida, luego añadimos la mantequilla cortada en cubos, el quark o yogur griego sin el suero, las pasas lavadas, las almendras y el limón escarchado en trocitos pequeños. Seguimos trabajando todos los ingredientes e incorporando toda la harina hasta conseguir una masa homogénea que suele pegarse a los dedos.

A continuación, estiramos la masa con un rodillo hasta conseguir una forma oval de unos 2 cm de espesor. Luego se le da la forma típica del Stollen doblando la masa por la mitad a lo largo y se coloca en un recipiente especial para el horno, para que la forma del pastel quede contenida durante la cocción. La forma de la masa debe quedar como en esta foto de Ulrich van Stipriaan:


El horno estará previamente calentado a 200 grados. Se coloca el Stollen en el medio y se hornea durante 70 minutos hasta que esté bien dorada la superficie, ir vigilando los tiempos y pinchando con una aguja hasta que ésta salga seca. Una vez listo, se saca, se pinta con la mantequilla derretida y se espolvorea con abundante azúcar glas.

Si habéis tenido el ánimo de llegar hasta aquí, habréis conseguido hacer una de las especialidades más laboriosas de la pastelería alemana. Ahora sólo os queda preparar un té o un buen café y una copa de oloroso para acompañarlo.

domingo, 11 de diciembre de 2011

Mercado de Navidad alemán. Sugerencias para el turista

Colonia tiene en esta época del año una gran afluencia de turistas alemanes que se acercan desde los pueblos para  visitar los mercados navideños, hacer compras o disfrutar con los amigos en un buen tour cervecero. 

Los barcos de recreo son también clásicos de la época pre-navideña. Atracan en la ribera del Rin y desembarcan a un buen número de turistas europeos y sobre todo norteamericanos atraídos por las catedrales, los comercios y sobre todo por el inigualable ambiente navideño que se respira en los mercados de la ciudad.

Muchos de los turistas, sobre todo los que llegan de países lejanos, pasean entre los puestos con ojos de sorpresa sin saber qué elegir de entre las diferentes artesanías y las numerosas especialidades culinarias, algunas de las cuales sólo se consumen en esta época.

Esta mañana me he acercado al Neumarkt a tomar salmón fresco asado a las brasas y he coincidido con una familia de españoles que no sabían exactamente qué comer y que al final se han decantado por lo más fácil, las salchichas. No es una mala elección, pero hay muchas otras cosas que harían las delicias de paladares más curiosos. 


Después de haber charlado un rato con ellos, se han llevado unas cuantas sugerencias para sacar el mayor partido a su visita. Aquí os dejo una pequeña lista con una selección de lo más característico en estos mercados:

El Lebkuchen, dulce típico de Nürnberg, una especie de galleta blanda de almendras parecida al pan de jenjibre. Las hay de muchas formas, incluidas las más navideñas.


Los bocadillos de pescado, Matjes o Hering, arenques marinados con cebolla y especias


El Reibekuchen, riquísimas tortitas de patata frita crujiente con puré de manzana o salmón ahumado



La típica salchicha Bratwurst, una Krakauer o mejor una Currywurst, salchicha troceada con salsa picante de curry, una especialidad alemana.



Grünkohl, col verde que se come sólo en invierno y después de las primeras heladas, con Mettwurst, salchicha ahumada. Cuando hace mucho frío, calienta el ánimo.


Waffles, crepes de nutella, frutas fritas azucaradas, o frutos secos garrapiñados


Vino caliente especiado, Glühwein, una cerveza Kölsch, o un buen vino blanco del país.


Adornos de madera típicos de Navidad de la región Erzgebirge.



Velas, lámparas de papel, guirnaldas de luces


Espero que tengáis mucha diversión.

viernes, 2 de diciembre de 2011

Glühwein, una receta alemana para la Navidad


Hay un libro de cocina alemana al que tengo especial cariño, la escuela de cocina del Dr. Oetker. Lo heredé de mi suegra y es una reliquia de familia del año 1939 con suaves páginas amarillas, algunas desgastadas por el uso y una escritura antigua gótica difícil de descifrar sin una buena lupa.

Lo suelo rescatar de la biblioteca en época navideña porque tiene una receta antigua del famoso Stollen, pastel tradicional de Navidad, que es la mejor. Todos los años por estas fechas nos remangamos y nos ponemos a amasar harinas, pasas de diferentes clases, naranja y limón escarchados, almendras, vainilla, cardamomo, ron y no sé cuantos ingredientes más. Cuando el olor que desprende el horneado llena la cocina, sabemos que es Navidad.

Otro de los clásicos de la época es el Glühwein, vino dulce especiado y caliente, muy caliente. No suelo prepararlo en casa porque me gusta tomarlo en la calle, en alguno de los mercados navideños, cuando el calor de la taza calienta las manos y el vapor despierta la nariz. Lo acompaño con cualquiera de las comidas típicas que se venden en el mercado, con una buena salchicha, unas tortitas de patata frita con compota de manzana –los famosos Reibekuchen-, o un cocido de col agria con carne.

La receta del Glühwein que os dejo es muy fácil, también rescatada de la reliquia editorial de 1939.

Ingredientes
- ¼ litro de agua
- 1 rama de canela
- 4 clavos
- Corteza de limón
- 60-80 g de azúcar
- ½ litro de un buen vino tinto

Se cuece el agua con las especias durante 5 minutos, luego se añade el azúcar y cuando se ha disuelto, se añade el vino y se calienta a buena temperatura.
El vino se sirve muy caliente y se le añade la corteza de limón, las especias se retiran. También se puede hacer sin agua, poniendo ¾ de litro de vino, en el que se cuecen las especias. El resto es igual.

Ahora sólo me queda decir, zum Wohl!

martes, 29 de noviembre de 2011

Chicas turcas en Alemania


En el grupo de inglés hay dos chicas turcas. Se sientan juntas y son, con diferencia, las que mejor humor tienen. Se las oye reír a menudo con una risa desternillante que contagia a todos, incluso a los más renuentes. Hablan perfectamente alemán y sin acento, lo cual es insólito, porque los turcos-alemanes fortalecen su identidad exagerando algunos sonidos y arrastrando las “eses” de manera muy particular.

Sus padres vinieron a trabajar sin nada en los bolsillos, pero han sabido aprovechar las oportunidades, alguno de los hijos ha conseguido estudiar, mi hermano es ingeniero me dice Nesrin orgullosa.

Son chicas modernas, que no se les ocurre cubrirse con un hijab, si lo sugiero fruncen el ceño como si la idea les causara extrañeza y disgusto. Aunque han nacido aquí, tienen pasaporte alemán y se han codeado toda la vida con compañeros alemanes, no tienen ningún nexo de conexión con ellos ni con el país. Son definitivamente turcas y hablan de los alemanes como si fueran los bichos más raros de este mundo. Me sorprende que en todo este tiempo no hayan conseguido encontrarles la gracia, que tenerla, la tienen.

Ser española despierta sus simpatías. Todo lo que tenga connotaciones sureñas les encanta, están convencidas de que nos unen sólidos lazos. Nosotros somos iguales, me dice Nesrin a modo de confidencia, estos, dice señalando disimuladamente al resto de compañeros, no saben disfrutar de la vida. La más joven suelta una enorme carcajada que contagia a todos, incluso a aquellos que no saben de qué va la cosa.

Yo me lo tomo como un cumplido y no me gusta desvelar que tenemos mucho menos en común de lo que imaginan, pensarían que soy una arrogante. Hassan, que es disidente persa, está de acuerdo con ellas y considera que España es muy parecido a Irán, la gente le encanta y la alegría en las calles también, me siento como en casa, dice.

Esta semana será la última y seguramente no les veré más. Compañeros de viaje de un par de semanas intensas que dejarán el rastro de las cosas que aprendí con ellos.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Una pequeña historia de un guardián de baños

En alguna ocasión he comentado cómo funciona la limpieza de los baños en los bares y restaurantes de la ciudad. Para los que no lo hayan leído, comentaré brevemente que es muy normal que estos locales cuenten con personal de limpieza que se encarga de tener los servicios limpios a cambio de una propina que suele oscilar entre los 20 y 50 céntimos de euro. Normalmente no estás obligado a pagar, aunque la mayoría lo hace.

En uno de los cafés Merzenich que visito habitualmente, los baños se encuentran al final de unas empinadísimas escaleras metálicas. Son tan estrechas y retorcidas que no hay manera de bajar y subir al mismo tiempo, sobre todo si al que te viene de frente le sobran kilos.

La escalera da paso a un pequeño recibidor que tiene una mesita colocada con poca gracia en la que se sienta un chico de origen africano, grande y lustroso que es adicto al Bild Zeitung, un periódico amarillista. El muchacho en cuestión ha hecho de su oficio un arte y ha conseguido que dos amiguetes que le hacen la suplencia los domingos, le tengan todo como los chorros del oro, de manera que él pueda concentrarse durante la semana en otros asuntos más entretenidos.

Me lo encuentro siempre parapetado detrás del periódico. Me saluda simpático y me señala con la mano los baños, como si yo sola no fuera a encontrar el camino. Cuando salgo, le veo mirarme a hurtadillas sobre las páginas arrugadas entre las que esconde su cara y seguir el movimiento de mi manos hasta la cartera. La curiosidad le puede y asoma parte del perfil para ver cuántas monedas deposito. No he avanzado ni un paso cuando le veo por le rabillo del ojo retirar velozmente el dinero del plato y dejar un cebo de un euro. Si la propina es buena me despide con un cantarín tschüsssssssss, si no, no se oye ni una mosca.

Nunca deja su mesa más que para comprar el desayuno en la cafetería, que está arriba. Se coloca en la fila con su batita blanca y se agencia un par de periódicos para hacer más amena la espera. El primer día que le vi, transportando la bandeja con varios bocadillos, zumo de naranja y un café Latte Macchiato de tamaño XXL, creí que aquello era cortesía de la casa y pensé que el jefe quería aligerar con algunos extras aquel trabajo tan ingrato. Pero el tiempo me quitó la razón, aquel muchacho pagaba religiosamente cada cosa que pedía, dejándose todos los sábados una parte importante de su salario en un buen desayuno que se tomaba en el piso de abajo, entre el baño de señoras y el de caballeros.

El chico es para mí un misterio y a pesar de haberle visto muchas veces, no sé si me resulta simpático o no. Una vez le vi salir de su abstracción para armarle un escándalo considerable a una señora que utilizó un pequeño lavabo, destinado a la limpieza de los trapos, para lavarse pies, brazos, axilas cuello y orejas. Testigo soy de ello.

La señora, que parecía una turista de Pakistán, se echaba el agua a manotazos refrotándose el cuerpo con energía y descaro, formando charcos enormes que iban fluyendo hacia el pasillo. Cuando el muchacho vio aquel desatino, tiró el periódico al suelo y se presentó en el baño desgañitándose en una mezcla insólita de alemán, inglés y otras lenguas. Stop, stooooop, ¿pero qué está haciendo? Le decía agarrándose la cabeza desesperado, ¿pero no se da cuenta de que lo tengo que limpiar yo?, ¡lo tengo que limpiar yo! gritaba enloquecido golpeándose el pecho para enfatizar.

A pesar de entender el cabreo, aquella reacción desmesurada dejó sin palabras a todas las que esperábamos turno intentando esquivar el charco. La mujer por su parte, no entendía nada de lo que el chico quería, e intentaba justificar aquel insólito comportamiento, que realmente era imperdonable. El alboroto que se armó fue tal que el marido, que esperaba en el pasillo, tuvo que entrar y arrancarla a la fuerza de sus abluciones y del furibundo empleado. Salieron sin mirar atrás y sin dejar un céntimo en el plato, lo cual le encendió aún más.

Después de aquel día, le suelo mirar curiosa intentando descifrar su persona, pero no he hecho demasiados progresos y no sé si llegaré a hacerlos. Os mantendré informados.

sábado, 19 de noviembre de 2011

De médicos y calendarios


Tengo médico nuevo, algo estirado, pero muy simpático. Es un apasionado de la Costa Vasca, algo que siempre me gana y además creo que le gusta sorprender, a juzgar por el calendario que ha colgado detrás de su escritorio, echad un vistazo.

No, no se dedica a hacer liposucciones, ni operaciones de estética, tampoco es endocrino, ni ginecólogo. 

La página con el trasero femenino corresponde al mes de noviembre, lo que no sé es si a medida que el año avanza y las temperaturas suben, los desnudos se vuelven más explícitos. Resulta cómico verle sentado en su sillón con el culo justo encima de la cabeza, no hay manera de obviarlo.

Salí sin haberle prestado mucha atención, tan entretenida como estaba en explicarme aquella decoración, a lo mejor era parte de una estrategia. En la puerta me crucé con una señora de los Emiratos, acompañada por el marido. Me salió una sonrisa maliciosa, vamos a ver qué dirían.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Alemania y el arte de negociar sin pasión


Los alemanes son geniales para negociar sin poner emoción en la mesa. Cuando hay un problema, se analiza objetivamente y se busca la mejor solución, dejando fuera de la negociación cualquier sensiblería. Ofenderse por “nimiedades” o ser demasiado picajoso no reporta más que un sutil desprecio. Eso de no negociar con alguien porque te cae gordo se considera poco profesional y además poco productivo.

Naturalmente esto es algo cultural. He conocido a geniales artistas de países más cálidos, que sorprendentemente sólo vendían sus obras si el cliente les caía bien, pero bueno, eso sería otra historia.

Pero regresando al tema, esta mañana he tenido una reunión en la oficina con el director general, el jefe de compras, ambos alemanes y un representante argentino. El tema a discutir tenía que ver con ciertos presupuestos que debían ser aprobados hoy. La cuestión no era fácil, así que el ambiente ha ido caldeándose a medida que el desacuerdo se iba haciendo notorio entre las partes. El jefe, que es un histérico, ha conseguido sacar a todos de quicio, de tal manera que el argentino ha salido despavorido de la sala negándose a participar en la negociación si aquello seguía en ese tono, según él ofensivo.

Los otros dos le han mirado como si estuviese loco y sin prestarle mucha atención han seguido tirándose los trastos como si nada, hasta que han llegado a una solución satisfactoria. Después del rifirrafe , se han comportado con total normalidad, como si jamás se hubieran levantado la voz. Me he preguntado sorprendida cómo podían aquellos dos seguir hablándose como si nada.

Uno de ellos ha preparado un café y me ha dicho, así como por encima, oye, este argentino es muy sensible, ¿no te parece?, siempre sale con asuntos de este tipo, no es capaz de alcanzar soluciones dejando aparte consideraciones personales.

Y qué queréis que os diga, he asentido sin remordimientos, pero es que yo, ya estoy resabiada.


domingo, 13 de noviembre de 2011

El día después del Carnaval


 El “día después” del inicio del carnaval tuvo su miga. Las calles amanecieron alfombradas de basura enredada entre la hojarasca seca que descansa durante todo el otoño en las calles. Montañas empinadas de vasos de plástico y papel y a pesar de la prohibición de usar cristal, había montones de botellas de licores extraños de fresa y mango y otros espirituosos de nombres impronunciables.

Los equipos de limpieza armados con camiones y enormes aspiradores hicieron lo imposible por adecentar los preciosos empedrados del casco viejo, aún así todavía pasarán un par de días hasta que no haya esquina que recuerde la enorme resaca.

Aquí dejo un par de fotos para el recuerdo

sábado, 12 de noviembre de 2011

El inicio del carnaval de Colonia


Es difícil mantener la concentración mientras escribo, cuando debajo de mi ventana todo Colonia está celebrando el 11 del 11 de 2011, día que marca el inicio de la época de carnaval que culminará en febrero.

El estruendo es formidable. La música que sale de las casetas se mezcla con cantos ebrios y desafinados y con el ritmo de las bandas que desfilan por las calles haciendo paradas musicales. Un mix de lo más colorido y potente, que hace que mis ventanas retumben y mis oídos tiemblen.

El carnaval es a Colonia lo que los sanfermines a Pamplona. Los colonienses lo adoran, es su alma, su orgullo, la marca de nacimiento de los elegidos. Y lo celebran, vaya que sí, cada año como si fuera el último de sus vidas.

Los que visitan en estas fechas la ciudad no entienden por qué los alemanes tienen fama de serios y aburridos. Miran atónitos el espectáculo con la sensación de que se han confundido de país. Descubren a un pueblo alegre y ruidoso que comparte su fiesta con todo el que quiera y esté dispuesto a aguantar el tirón. No importan los años, da igual dieciocho que ochenta, lo que sí importa es tener a mano un disfraz, las pinturas de guerra y ganas de marcha, muchas ganas.

Las celebraciones han despuntado con el día y los primeros empezaban a llegar al casco viejo hacia las siete de la mañana. Los he visto bajar a oleadas por las calles, armados de buen humor y mucha cerveza. Me he cruzado con toda clase de animales, con osos, perros y conejos, con los clásicos de siempre, monjas, enfermeras o médicos y con bailarinas, flamencas asiáticas y vikingos algunos ya haciendo cola en la cerveceras y echando los primeros tragos de cerveza y aguardiente sin haber pasado por el ritual del café. Me ha maravillado su resistencia y claro, me he preguntado como resistirían el largo día que nos esperaba a todos.

He pasado parte de la mañana en la oficina y hacia el mediodía y con síntomas de gripe he decidido regresar a casa sin pensar, inocente de mí, que me encontraría con un barrio colapsado y con los accesos restringidos y vigilados por la policía para ir dosificando de tanto en tanto la entrada de gente.

Abrirme paso me ha costado unos cuantos empujones, pisotones y todavía no sé si también moratones. En el primer control me he topado con un tipo de seguridad, de esos que parecen estar programados y que no atienden a razones. La “máquina parlante” me ha redireccionado a la policía diciendo, si ellos lo permiten, le dejo pasar. Por suerte, el policía era un tipo normal y ha entendido que debía llegar a mi casa. Sorteada la primera barrera me he dirigido llena de esperanza a la última. Allí un policía me ha parado de nuevo:

– Dice usted que vive en esta calle? me ha dicho desde un altillo, pues enséñeme una licencia si quiere pasar.
– ¿Una licencia? Le he preguntado a gritos desde el tumulto.
– Sí, una licencia de que vive ahí, es una pregunta normal ¿o no?. Dice el estúpido.
– Pues muy normal no es, le he tenido que contradecir, claro que no tengo ningún documento que diga en donde vivo, ¿tiene usted uno? Le he dicho descarada.
– Sin licencia no pasa, se ha puesto terco.
– Por favor, míreme, ¿a usted le parece que vengo preparada para la juerga? Le he dicho suplicante enseñándole el ordenador y una bolsa con pan recién comprado.
– Uno vestido de perrito dálmata que estaba de testigo, me ha dado la razón y ha hablado en mi favor, pero el policía obtuso seguía empecinado en no dejarme pasar.
– La situación me parecía tan irreal que he pensado incluso en desmayarme. Vamos a ver, ¿quién tiene licencias que digan dónde vive uno?. No sabía que hacer, si llorar, suplicar o armar un escándalo.

Recuperada la razón, me he retirado un momento para buscar una estrategia, aunque en aquel hervidero, entre empujón y empujón era imposible pensar en nada que no fuera sobrevivir. El perrito dálmata me ha pasado una cerveza para quitarme el mal trago.

Entonces se me han aparecido dos polis pero no de los de verde, si no de esos que van embutidos en cuero negro. Eran tan grandes y tan cuadrados que les he tenido que mirar dos veces para descartar que fueran disfrazados de polis-porno.

Por favor, le he dicho al primero, ayúdeme, los de verde no me dejan pasar a mi casa, vivo ahí. Después de mirarme de arriba abajo, me ha agarrado por el hombro y me ha acompañado hasta el acceso. Allí me ha preguntado, desde aquí puede llegar sola, ¿verdad? Y sí, sí podía, he sujetado el ordenador y he corrido calle abajo como alma que lleva el diablo.

Ya en la puerta me he encontrado con el portero, y no me ha reconocido. Pero Herr Schmitz, ¿no estaba usted de vacaciones? ¿se encuentra bien? ¡Ah! Frau Ruiz, es usted, ¿qué tal? me ha preguntado pegando un traspiés y abriendo y cerrando los ojos como si fueran de plomo. No he sabido que hacer, si sujetarle para que no se escurriera o hacerme la loca. He optado por lo último y ya a salvo he subido a zancadas por las escaleras. Hogar, dulce aunque ruidoso hogar.

jueves, 27 de octubre de 2011

El menú del día en Colonia


El Suppenkaspar es un pequeño restaurante detrás de una de las arterias comerciales más importantes de Colonia, la Schildergasse. Como está cerca de la WDR y de varios edificios comerciales, encontrar un sitio para comer en las horas punta, no suele ser fácil.

El local es pequeño, con un mostrador central bien surtido de cocidos, sopas y pastas, salchichas, carnes y ensaladas. Sin ser un lince, uno se da cuenta inmediatamente de que los menús no están diseñados para oficinistas normales, sino para todos aquellos que realizan trabajos forzados, cavan zanjas, levantan puentes o transportan pianos a pulso.

El personal, encantador, prepara platos y más platos de lentejas, garbanzos y guisantes con tocino y salchichas, carnes empanadas acompañadas de abundante pasta y salsa remoulade, tallarines con nata y buey y el plato estrella, seis salchichas con patatas y dos huevos fritos coronados con salsa y dispuestos en pila. A pesar de la oferta, muy alejada de mis hábitos alimentarios, me gusta pasar de vez en cuando a tomarme una lentejas, las hacen realmente ricas.

Hay pocas mesas y aunque se comparten, a veces hay que pelear por un sitio. Hoy he llegado antes de la marea humana de las 12:30 y he ocupado una mesa libre. No habían pasado ni dos minutos cuando se me ha sentado un señor a mi derecha con un plato de carne con pasta y una sospechosa salsa blanca que lo cubría todo. Para cortar el hielo, me ha preguntado si estaban ricas mis lentejas y hemos cruzado un par de frases tontas. Los siguientes en llegar han sido dos chicas que me han pedido permiso para sentarse justo enfrente. Poco a poco íbamos completando la mesa. Una de ellas se había pedido un “chili con carne” que tenía un color rosa fucsia, imposible, como si llevara una buena dosis de colorante escarlata.

La chica se ha metido la primera cucharada en la boca y con un gesto rápido ha rechazado el plato empujándolo con un movimiento decidido hacia delante. No me lo pienso comer, le ha dicho a su amiga, tiene potenciadores de sabor y colorantes y además sabe como si estuviera ahumado. Su habilidad gustativa-descriptiva me ha cautivado. La otra la ha mirado de reojo y sin perder de vista su pitanza, ha intentado convencerla de que aquello podría ser normal, que su marido le ponía no sé qué demonios para conseguir ese sabor.

Me tenía tan cerca, que no ha podido evitar mirarme con ojos inquisidores para conocer mi opinión y como yo ya había juzgado aquel plato nada más verlo, he tenido que darle la razón, aquello parecía una pócima de lo más peligrosa.

La pobre, que aunque llevaba razón era muy redicha, me ha explicado con lujo de detalles las diferencias tan enormes que hay entre la cocina casera y la de los restaurantes y me ha aclarado, con voz susurrante, que hay gente que sólo cocina con paquetitos, pastillas de caldo y sospechosas bolsas de polvos. Me pregunto cómo habría caído en la trampa aquella gran conocedora de las artimañas culinarias de los restaurantes de comida rápida, supongo que se debería a que el local en cuestión, va disfrazado de “la cocina de la abuelita”.

Como llegado a este punto yo ya había terminado mis lentejas, me levanté y les deseé un bonito día. Recogí mi plato y miré la larga cola que esperaba su turno. A muchos de ellos les sobraban entre 10 y 20 kilos. Sin duda debía cambiar de local.

miércoles, 19 de octubre de 2011

de parejas disparejas y otras hierbas


No sé exactamente qué hace Dieter, pero me cuenta que ha vivido los últimos cinco años en Vietnam. Ahora está en Colonia por razones que no explica muy bien y en las que yo misma prefiero no ahondar. El gobierno vietnamita le ha retirado el visado y lo ha  enviado de vuelta a Alemania. No es nada criminal – la palabra en sí ya me pone los pelos de punta- , ha sido por un malentendido, dice con cautela. Su castigo tiene caducidad, a partir de enero podrá solicitar de nuevo el regreso y verá que pasa, por su cara, me parece que no tiene todas consigo. Entiendo sus nervios, allí ha dejado a su mujer y dos niños pequeños que como pasen mucho tiempo sin ver a su padre, no le van a reconocer cuando vuelva.

En Hanoi se ganaba la vida cultivando plátanos e importando algunos productos chinos, entre ellos unos químicos para fumigar, que asegura que matan todo lo que pillan. En este punto de la conversación, empiezo a imaginarme mil motivos para su expulsión, sobre todo si pienso en otros "made in China", como aquellas zapatillas de goma que provocaban unas llagas espantosas en los pies o un spray de carnaval que tiñó los mocos de mi sobrina de rojo bermellón y que por poco causan un cataclismo emocional.

La mujer de Dieter es vietnamita, proveniente de una familia muy pobre de un poblado a las afueras de la capital. No sé por qué, pero cuando me habló de ella me la imaginé como un cisne de ojos rasgados, pero en la foto que me mostró, sólo apareció un patito feo.

Uno de los motivos por los que tengo que volver de inmediato, me dice, es por el dinero. Mi mujer proviene de un entorno que no conoce la moneda, los productos se cambian, no se compran. Si necesitan arroz, ofrecen leche, si quieren fruta, pagan con coles, ¿me entiendes? dice moviendo las manos en señal de trueque.  Así que cuando le envío el dinero para el alquiler y la manutención, continua desahogándose, se lo gasta en un par de horas y ya no sé que hacer, dice con la cara colorada, para explicarle que debe organizarse. La semana pasada, le pidió a un amigo británico que hablara con ella pero no ha conseguido que entre en razón, Pei Kan es muy orgullosa, afirma compungido.

En este punto y aunque me muero de curiosidad no pregunto, no quiero que se vea obligado a darme explicaciones de cómo gasta el dinero su mujer. ¿Y el idioma?, ¿cómo os entendéis, le pregunto? Como podemos, me dice bastante conforme, yo conozco algo de su idioma y lo mezclo con el inglés, aunque ella apenas lo habla.

Me quedó con un montón de preguntas que no le haré nunca. No es la primera vez que me encuentro con un hombre alemán, que se ha casado con una mujer con la que no puede entenderse y de la que le separa un abismo cultural. Debe resultarles muy exótico, o quizá muy fácil, ¡la de broncas que se deben ahorrar!, porque si algo tienen las alemanas es que son un rato peleonas y además no preparan la cena, ni planchan camisas. Ahora, discutir sobre la crisis mundial saben, y ahorrar también y además muy bien.

La foto es de una página de terra.pe

viernes, 14 de octubre de 2011

Voyeurismo vecinal


Este aviso circulaba esta mañana por el muro de una amiga en Facebook y me parece una mezcla estupenda de humor alemán y mala leche.

La misiva en cuestión parece estar colocada en el portal de algún edificio. No tengo ni idea si es real o producto de algún gracioso, pero conociendo la desinhibición que tienen algunos por aquí, la ausencia de cortinas en la mayoría de las casas y la obstinación de los vecinos por estar al corriente de todo, me parece totalmente verosímil.

El texto dice algo así:
“ A la joven de pelo castaño y genitales rasurados que vive en el tercer piso:
cuando la “copule” la próxima vez un gordo de pie y frente la ventana, baje por favor la persiana. Tenemos hijos.” 

Sí, ya se que lo de copular no se usa más que para abejitas, becerros o elefantes, pero es justamente lo que dice. Me encanta el detalle de la depilación, los niños o quizá los padres debieron sacar los prismáticos.

Pues eso es todo, que tengáis un buen fin de semana y persianas abajo, por favor.

viernes, 7 de octubre de 2011

Clases de inglés, refrigerios y contradicciones



Ayer empecé un curso de “Business English” y durante un par de semanas conviviré durante varias horas al día con un grupo de once personas. Ocho de ellos son alemanes, hay un persa y dos turco-alemanas. Tenemos adjudicados tres profesores, una sudafricana, un irlandés y un “americano”, como él mismo se presenta, sin pararse a pensar que América es mucho más extensa que los Estados Unidos y que apropiarse del gentilicio no es geográficamente correcto.

Hecha la presentación, os diré que en mi primer día ya me he dado cuenta de que me falta mucho para llegar a conocer a mis “anfitriones” y desenredar algunas de sus paradojas. Por un lado parecen capaces de ajustarse a las normas de una manera realmente ejemplar y por otro resultan caóticos en todo lo que no está reglamentado.

Hoy a las 12 en punto y coincidiendo con las campanadas de la iglesia “Antoniter Kirche” algunos alumnos han interrumpido el ritmo de la clase sacando de sus mochilas los tupperware con la comida del mediodía. La profesora, que debe gozar del autocontrol británico de sus ancestros, no ha movido ni un músculo de la cara y ha seguido con la clase sin darse por aludida, mientras los más hambrientos desenvolvían viandas y empezaban a dar cuenta del pollo frito, las hamburguesas, o la ensalada de patata.

La mujer que estaba sentada a mi lado y que hasta entonces me caía muy bien, ha destapado un recipiente con un bocadillo de salami que ha salido de su encierro dispersando los olores por horas contenidos y llenando la clase de un aroma que mareaba.

Como estábamos discutiendo sobre algunos temas, en concreto organizando un importante “meeting”, la dinámica de trabajo ha tenido que adaptarse a las nuevas circunstancias y yo, que encima hacía de “chairlady”, en lugar de poner orden en aquel desconcierto, he tenido que acoplarme al ritmo de sus bocados. El que traga habla.

Para evitar morir deshidratados, la mayoría tenían varias botellas de litro sobre la mesa, agua con gas, coca-cola o fanta, vasos con café, termos y algún que otro envase de cartón con zumos y batido de chocolate o plátano con pajita incluida, ya sabéis, sorbo aquí, sorbo allá. Con este paisaje no he podido concentrarme, una cosa así me la hubiera esperado en cualquier sitio menos en éste. Pero qué queréis que os diga, prefiero las sorpresas, casi siempre.

Si esto se pone así de interesante el primer día, creo que promete, aprenderé de antropología lo suficiente como para escribir un tratado. Algún postor?.

lunes, 3 de octubre de 2011

Zons y el turismo a lo loco.



A veces, cuando el tiempo es bueno o muy malo me gusta salir de la ciudad y acercarme a alguno de los pueblos que hay en la ribera del Rin. Allí el paisaje, precioso, ofrece un horizonte llano salpicado de árboles e interminables prados verdes, con el río atravesando la llanura y surcado por innumerables barcos que lo cruzan transportando pasajeros o mercancías.

Hoy era uno de esos días radiantes que parecía haberse salido del programa de otoño, con un cielo azul precioso y temperaturas estivales. Esta prórroga me ha parecido una bendición, así que he aprovechado para dar un paseo por Zons, uno de los pueblos medievales mejor conservados, situado a mitad de camino entre Colonia y Düsseldorf.

No era la primera vez. Ya había visitado el lugar en otras ocasiones, sobre todo en invierno y con un paisaje muy diferente de perfiles fríos, pelados y húmedos que dejan la orilla al descubierto. En esos días el viento, que no encuentra nada a su paso, suele arreciar fuerte, azotando los árboles deshojados y cubiertos de nieve.

El pueblo es precioso y los alrededores únicos. A pesar de todo, recomiendo planear la visita con cautela. Cualquier día laborable es perfecto, pero el fin de semana uno se encontrará con hordas de turistas que le arruinarán el día. Pasear entre estrechas calles empedradas sorteando a los numerosos grupos que llegan en autobús a exprimir la visita al máximo, no es un plan idílico, os lo aseguro. Las iglesias, las magníficas casas y parques pierden relevancia cuando tienes que esquivar innumerables obstáculos para avanzar un par de metros.
 
Innumerables restaurantes, terrazas y tiendas de regalos están a disposición de los visitantes, la mayoría de los cuales prefiere corretear entre calles, dar un paseo en bici o tomar un buen helado.

Al final del paseo que conduce al aparcamiento, en una pequeña plaza fuera de las murallas, se reúnen muchos a escuchar a un trío latinoamericano que actúa siempre en el mismo lugar. Ahí he hecho hoy una pausa, estaban cantando algo del repertorio de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés y lo hacían realmente bien.

Mientras escuchaba no podía dejar de mirar al público, de lo más variopinto. La mayoría sentados en los bancos o encima del muro, a una distancia prudencial, desde la cual se pudiera disfrutar del concierto sin tener por ello que depositar un par de monedas. Nadie parecía interesado en pagar el buen rato que estaban pasando. Les veo concentrados en sus helados, en las enormes bolas de chocolate, fresa o vainilla que relamen con avidez, vigilantes, como si temieran que alguien se las arrebatara. Me pregunto si entenderán algo, si les llegará esa música tan íntima.

Dejo un par de monedas y regreso al coche. Mi visita ha durado exactamente 60 minutos. Me despido sabiendo que Zons no es amor de domingo.