lunes, 21 de noviembre de 2011

Una pequeña historia de un guardián de baños

En alguna ocasión he comentado cómo funciona la limpieza de los baños en los bares y restaurantes de la ciudad. Para los que no lo hayan leído, comentaré brevemente que es muy normal que estos locales cuenten con personal de limpieza que se encarga de tener los servicios limpios a cambio de una propina que suele oscilar entre los 20 y 50 céntimos de euro. Normalmente no estás obligado a pagar, aunque la mayoría lo hace.

En uno de los cafés Merzenich que visito habitualmente, los baños se encuentran al final de unas empinadísimas escaleras metálicas. Son tan estrechas y retorcidas que no hay manera de bajar y subir al mismo tiempo, sobre todo si al que te viene de frente le sobran kilos.

La escalera da paso a un pequeño recibidor que tiene una mesita colocada con poca gracia en la que se sienta un chico de origen africano, grande y lustroso que es adicto al Bild Zeitung, un periódico amarillista. El muchacho en cuestión ha hecho de su oficio un arte y ha conseguido que dos amiguetes que le hacen la suplencia los domingos, le tengan todo como los chorros del oro, de manera que él pueda concentrarse durante la semana en otros asuntos más entretenidos.

Me lo encuentro siempre parapetado detrás del periódico. Me saluda simpático y me señala con la mano los baños, como si yo sola no fuera a encontrar el camino. Cuando salgo, le veo mirarme a hurtadillas sobre las páginas arrugadas entre las que esconde su cara y seguir el movimiento de mi manos hasta la cartera. La curiosidad le puede y asoma parte del perfil para ver cuántas monedas deposito. No he avanzado ni un paso cuando le veo por le rabillo del ojo retirar velozmente el dinero del plato y dejar un cebo de un euro. Si la propina es buena me despide con un cantarín tschüsssssssss, si no, no se oye ni una mosca.

Nunca deja su mesa más que para comprar el desayuno en la cafetería, que está arriba. Se coloca en la fila con su batita blanca y se agencia un par de periódicos para hacer más amena la espera. El primer día que le vi, transportando la bandeja con varios bocadillos, zumo de naranja y un café Latte Macchiato de tamaño XXL, creí que aquello era cortesía de la casa y pensé que el jefe quería aligerar con algunos extras aquel trabajo tan ingrato. Pero el tiempo me quitó la razón, aquel muchacho pagaba religiosamente cada cosa que pedía, dejándose todos los sábados una parte importante de su salario en un buen desayuno que se tomaba en el piso de abajo, entre el baño de señoras y el de caballeros.

El chico es para mí un misterio y a pesar de haberle visto muchas veces, no sé si me resulta simpático o no. Una vez le vi salir de su abstracción para armarle un escándalo considerable a una señora que utilizó un pequeño lavabo, destinado a la limpieza de los trapos, para lavarse pies, brazos, axilas cuello y orejas. Testigo soy de ello.

La señora, que parecía una turista de Pakistán, se echaba el agua a manotazos refrotándose el cuerpo con energía y descaro, formando charcos enormes que iban fluyendo hacia el pasillo. Cuando el muchacho vio aquel desatino, tiró el periódico al suelo y se presentó en el baño desgañitándose en una mezcla insólita de alemán, inglés y otras lenguas. Stop, stooooop, ¿pero qué está haciendo? Le decía agarrándose la cabeza desesperado, ¿pero no se da cuenta de que lo tengo que limpiar yo?, ¡lo tengo que limpiar yo! gritaba enloquecido golpeándose el pecho para enfatizar.

A pesar de entender el cabreo, aquella reacción desmesurada dejó sin palabras a todas las que esperábamos turno intentando esquivar el charco. La mujer por su parte, no entendía nada de lo que el chico quería, e intentaba justificar aquel insólito comportamiento, que realmente era imperdonable. El alboroto que se armó fue tal que el marido, que esperaba en el pasillo, tuvo que entrar y arrancarla a la fuerza de sus abluciones y del furibundo empleado. Salieron sin mirar atrás y sin dejar un céntimo en el plato, lo cual le encendió aún más.

Después de aquel día, le suelo mirar curiosa intentando descifrar su persona, pero no he hecho demasiados progresos y no sé si llegaré a hacerlos. Os mantendré informados.

1 comentario:

Demián dijo...

Consigues que siempre haya algo en el día que merezca ser contado; bien contado, que ese es el secreto.
Sigue dando propina y a ver que averiguas del chico de los servicios, ¡ pero nunca le invites a desayunar!
Un abrazo