domingo, 12 de septiembre de 2010

La ribera del Rin, territorio comanche.

Ayer, aprovechando que el tiempo nos daba una última tregua veraniega, cogí la bicicleta y recorrí la orilla del Rin que lleva de Colonia hasta Rodenkirchen.

Me sorprendió que esa estrecha ribera, con una pista bien asfaltada en la mayoría de los tramos, conservara el carácter campestre tan inusual en las grandes urbes y me sentí fuera de la ciudad aún estando en mitad de ella. Nada de cemento ni de interminables hileras de casas colmena, sólo el Rin a contra corriente y grandes extensiones verdes.

El camino estaba bien frecuentado por caminantes y ciclistas, con quienes tuve el gusto de compartir pista. Debo reconocer que tengo una curiosa tendencia a fijarme en las costumbres ajenas y acabé el día con unos cuantos datos nuevos sobre la inefable condición humana.

Aquello que a simple vista parecía simple, una pista con dos direcciones que debíamos compartir ciclistas y viandantes, resultó ser tremendamente complicado y cada uno reclamaba derechos, en ninguna parte escritos, sobre su territorio y lo que es peor, sobre el ajeno.

Así fui entendiendo sus estrategias de dominación. Si de frente venían a la par dos bicicletas ocupando su carril y el mío podían ocurrir dos cosas: si se percataban de que les había visto, no se movían del sitio y me obligaban a salirme de mi carril y seguir la marcha entre guijarros. Si por el contrario, yo me hacía la despistada y silbaba como si aquello no fuera conmigo, entonces no veían más solución que alinearse en su carril, so pena de que la “despistada” les arrollara sin compasión y encima les ganara un juicio de esos que hoy en día se celebran para pendejadas de este tipo.

Así seguí varios kilómetros disfrutando de aquel curioso juego de dominio y viendo como los más puristas, aquellos que cumplen las normas a la perfección, pretendían que cada uno ocupara su espacio hasta el milímetro y si alguien se cruzaba en su camino, ligeramente desviado, se armaba la de dios es cristo y se oían gritos de reproche acompañados de instrucciones para ser un ciudadano ejemplar.

Y desde luego, la peor parte la llevaban los caminantes, que en la mayoría de los casos optaban por pasear por el campo ante el peligro de ser arrollados por alguno de la especie “todoloquevesesmío”, aunque los más peleones, optaban por ocupar la pista y mirarte con aire reprobatorio, sin pensar que lo que ellos creían sus dominios, eran realmente de todos, sólo había que respetar la parte que te había tocado. Siendo fácil, resultaba tremendamente complicado.

Y a pesar de esta peleada batalla por el territorio, seguí camino disfrutando del paisaje, de los barcos de carga que atravesaban el río y de las preciosas barcazas-restaurantes que aparecían de tanto en tanto. Así llegué a Rodenkirchen, donde se celebraba la fiesta del mejillón, dando el pistoletazo de salida a una época donde en todos los restaurantes de Colonia y alrededores se puede disfrutar de este plato típico de la zona.

De una tarima entoldada salía una música folk alemana y un grupo de “starlets”, vestidas como de domadoras sexys hacían piruetas encaramadas unas sobre otras. Abrí y cerré los ojos varias veces, aquello me parecía más propio de la profunda Norteamérica que de Centroeuropa, pero por suerte, el riquísimo olor a salchichas asadas que desprendían las tiendas de comida, me situó de nuevo en la realidad. Sin duda estaba en Colonia.



4 comentarios:

Miércoles dijo...

Recuerdo una vez en que un taxista de por aquí nos dio a los pasajeros una teórica sobre cómo, a diferencia de peatones y conductores, los ciclistas son los únicos transeúntes que no tienen un código de circulación. Según él eso no era justo y provoca accidentes. Creo que llevaba bastante razón.

Celia Ruiz dijo...

Amén y amén.
En una ciudad como Colonia, donde todo el mundo anda en bici por todas partes, incluso las zonas peatonales es un problema, si te descuidas te llevan por delante y además igual hasta te dan, por ponerte en medio.

Saludos!

Susana dijo...

Huuuyyyy, una de las broncas mas terribles que he recibido en mi vida fue en Munich por pisar una carril bici. Pero claro yo no se silbar .

Unknown dijo...

Hola, Celia.

Debería existir un código de circulación para ciclistas, sobre todo en las ciudades en la que se utiliza mucho.

Cambiando de tema, te informo que este próximo sabado haremos una quedada en Bilbao, para dar la bienvenida a Josetxo, que está en Vitoria. Nos acordaremos de tí, guapa.

Un beso.