Como apenas había gente, pensé que aquella llamada podría ser para mí, pero no sé por qué, no me dio la gana darme la vuelta, o quizá lo sé, odio que me griten holaaaaaaaaaa para llamar mi atención y más a esas horas de la mañana. Así que continué caminando hasta que aquella voz histérica se acercó tanto que no me quedó más remedio que darme la vuelta.
Me encontré con una mujer de mediana edad y mejillas rojas, que llevaba un turbante mal enrollado del que caía una madeja de pelos rubios secos y que se hacía acompañar por un perro miniatura que apenas le llegaba al tobillo.
-Su perro ha "cagado" en el césped, me dijo a modo de saludo matutino.
-Ya, fue lo único que pude decir ante semejante descubrimiento.
-Levántelo entonces, me dijo.
-Ya lo he hecho, le contesté tranquilamente (mientras mentaba a su madre por lo bajito).
-Nooooooo, no lo ha hecho, me dijo con cara de listilla intentando pillarme en un renuncio.
Me dejó atónita la seguridad de su respuesta y me pareció que aquello se podía convertir en una discusión absurda con una loca que no sabía lo que decía, así que opté por explicarle amablemente, que hacía apenas dos minutos que había levantado de la esquina opuesta las porquerías o "cagadas", si lo prefería, de mi perro.
-Noooooooo, puso los ojos en blanco, su perro acaba de agacharse aquí mismo y la "cagada" debe estar por aquí.
-Pues se habrá agachado, pero para echar una meadilla, le aclaré.
-Noooooooo, su perro ha "cagado" en el césped, dijo mientras cerraba y abría los ojos a velocidad de vértigo.
-Me pareció que aquella tarada no se iba a dar por vencida, conozco a las de su especie.
-Bueeeeeno, resoplé, pues dígame donde está la mierrrrrda, o si lo prefiere, le muestro el paquetito que acabo de depositar en la papelera, y lo puede echar un vistazo, olerlo, analizarlo, no sé, lo que usted prefiera.
-Ni corta ni perezosa, agachó la cabeza dispuesta a encontrar en el césped la prueba que sería suficiente para montarme un circo de escándalo e incluso echarme de la ciudad. No tuvo éxito.
-Vaya, me dijo entonces con una sonrisita de lo más entusiasta, parece que me he equivocado, los perros se agachan y uno, en la distancia, no puede distinguir realmente lo que están haciendo. A “nosotros” nos gusta mantener la zona limpia, ya me entiende usted. Mi perro, dijo señalando a su miniatura, es tan poca cosa que le dejo andar suelto, total, sus cagaditas ni ensucian ni molestan.
-Ya, le dije agradeciendo tremendamente esta lección de urbanidad. Y me fui ligera, muy ligerita, recordando que a los locos hay que darles siempre la razón.
3 comentarios:
Amiga, tu historia solo podia desarrollarse en un solo pais en el universo: Alemania. Recuerdo una vez en Colonia, donde Alfonso de lo mas natural se cruzó la calle sin atender al semáforo de peatones que brillaba rojo fresa...una distinguida viejecilla de pelo cano, sombrerito y bastón le ha pegado una tremenda regañiza -en alemán - misma que solo obtuvo de Alfonso una colombomexicana mentada de madre por respuesta! me ataco de risa solo al recordarlo!
Besos querida!
A+A
Toño,
pues si en vez de la viejilla, hubiera sido la poli, además de la bronca le hubiera costado 10 euros.
No somos nadie...
Besosssss
Hola, Celia:
Estoy totalmente convencido de que a veces "unas palabras sutiles" pueden resultar peores que un tortazo en la cara con la mano abierta. Y tus palabras vienen a confirmar mi teoría.
Me encantaría haber visto la cara de esa señora cuando tuvo que reconocer que se había equivocado contigo.
Un beso enorme.
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