Desde que empezó la crisis en Egipto, he mirado hipnotizada en la televisión las imágenes de un Cairo inesperado, desconocido para mí.
Aunque siempre habíamos fantaseado con la idea de que un día esto pasaría, el conflicto, por su magnitud y violencia y sobre todo por la firmeza de la protesta, ha superado cualquier pronóstico que entonces tuviéramos.
Esta mañana, el gobierno de Mubarak ha amordazado a la cadena qatarí Al Jazeera y ha sido difícil, durante unas horas, acceder a las imágenes en vivo del conflicto. Por suerte, los teléfonos móviles seguían activos y he podido contactar con una amiga de Zamalek, el barrio en el que viví dos años.
Por su voz, ya sabía que algo no andaba bien. Apenas empezamos a hablar, nuestra conversación se vio interrumpida por un ruido atronador. Son aviones de caza, me dice con una voz más cercana al pánico que a la sorpresa. No oyes? no los oyes? Y sí, claro que los oía, un enorme estruendo que irrumpía en mi casa, en un pacífico, aunque frío y soleado domingo en Colonia. Qué miedo, qué miedo, me repite inagotablemente.
Me encuentro en una situación en la que no sé cómo seguir, qué decirle. Me la imagino perfectamente en su casa, asomándose por la ventana, investigando qué ha pasado, por dónde está el fuego. Huele a quemado, me dice, algo arde. Los vecinos hacen lo propio, todos miran al cielo, nadie sabe qué pasa, ni qué demonios hacen esos aviones sobrevolando amenazantes sus tejados.
La noche no ha sido mejor, sigue. La algarada y las voces, más altas que de costumbre y los disparos seguidos de gritos, han sido espantosos. Nadie ha pegado ojo y los niños, menos, sin entender una palabra de lo que allí pasaba. Son petardos, mamá?
Los hombres del barrio se organizaron para custodiar a sus familias y proteger sus casas del vandalismo y los saqueos. Todos unidos, los dueños de las propiedades, los bauabs y demás trabajadores se han armado con palos, machetes y lo que han pillado por casa y han patrullado las calles toda la noche. A mi marido, dice, le tocó el turno de las cuatro de la madrugada y ha sido una angustia terrible, sin saber lo que podía pasar o con quién se toparía, hay gente armada por todas partes.
Pero las consecuencias de este terremoto se empiezan a sentir en los aspectos domésticos. Todavía se consigue agua, aunque no en todas las tiendas. En un súper ha encontrado tres cajas, pero no se las han llevado a casa. El frutero, un tipo simpático con una tiendita en el barrio, le acaba de vender una bolsa de verduras por el doble de lo que costaban ayer. Otro motivo de preocupación, no sabe qué pasará con los alimentos.
Tengo que hacer un esfuerzo para imaginarme aquel entorno sin el bullicio callejero, los vendedores ambulantes y las partidas vecinales de backgammon, pero es lo que ahora toca, no hay marcha atrás.
Te tengo que dejar, me dice interrumpiendo la comunicación, la cosa se está poniendo muy fea.
1 comentario:
Es que hay clases sociales y mentales que sólo son capaces de "fantasear" acerca de la revolución de los pobres, señora. Los orientalistas por ejemplo.
Ya es hora de que haya Justicia Social y Libertades para los árabes también.
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