Alemania es uno de los países que más
se preocupa por lo que come y emplea por eso buena parte del tiempo y
aparentemente del dinero para hurgar hasta el fondo en aquello que pasará por sus
bocas.
El tándem
salud-nutrición despierta tanto interés que se ha convertido en tema estrella
de algunos programas de televisión. En estos programas se oyen opiniones para
todos los gustos y muchas de ellas encontradas, así que si uno es un poco
influenciable o aprensivo, lo pasará mal, porque ya no sabrá lo que debe o no
comer.
Y aunque tengo que reconocer que me intereso
por la alimentación sana, estos debates me han llevado a la conclusión de que lo
mejor es comer lo que a uno le de la gana, sin preguntarse cada día si la
lechuga estará fumigada, el pollo tendrá hormonas o si los lácteos serán
realmente sanos.
Que tanta divulgación televisiva y obsesión
por lo sano afecta a la sociedad, me resultó claro hace un par de semanas
mientras contemplaba absorta varias clases de fresas, preguntándome cual de
ellas serían las más dulces.
Me sacó del ensimismamiento una
vocecilla a mi espalda que me decía - disculpe, ¿de dónde son las fresas?. Me
di la vuelta y me encontré con una viejecilla algo encorvada pero con pinta de
gozar de muy buena salud.
- Son
del país, le dije. Se agachó sobre el cesto, hizo una breve inspección y me
dijo como confiándome un secreto: yo ya no compro nada que sea de Alemania.
Me quedé perpleja. Teniendo en cuenta
que ella misma era alemana y que estábamos en el país de los controles
sanitarios, no entendía por dónde iba semejante afirmación. Si no compraba
productos alemanes, mucho menos iba a comprar turcos, holandeses o españoles.
Antes cultivábamos
la huerta con mucho mimo, dijo, las frutas, las verduras, todo crecía en la
tierra sin químicos, protegíamos los árboles de los insectos, los cuidábamos,
hoy en día uno no sabe de lo que es capaz un agricultor para tener una buena
cosecha.
Pero las fresas son orgánicas, le dije
para tranquilizarla.
¿Orgánicas? me contestó riéndose. Eso
de orgánico es una trampa, no hay nada orgánico desde el momento en que unos
alimentos entran en contacto con otros, todos se contaminan. La teoría me
pareció razonable y no pude evitar mirar las fresas con disgusto.
Y así siguió durante un buen rato,
pasando revista a las lechugas y tomates, a plátanos y manzanas, a la coliflor,
a todo lo que tenía a la vista. Estuve a punto de perder el conocimiento por esa
amenazadora nube tóxica, sin embargo aproveché que otra persona se incorporó a
la charla para escapar.
Pasé de largo con el carro vacío, me
faltó la inspiración para comprar verdura. Llegué a los lácteos y me acerqué al
yogurt. Elegí sin mirar, nada de inspeccionar las calorías, el porcentaje de
grasa, los edulcorantes o acidulantes, o si los envases eran amigables o no,
elegí con rebeldía el primero que me gustó.
Y salí como alma que lleva el diablo,
y además salí sin fresas y eso, eso os juro que no me lo perdono.
3 comentarios:
Cierto es que en el tema Bio hay muchas opiniones opuestas. Aunque por mi parte suelo mirar algunas veces las composiciones del pan. Porque no es normal las cantidades de azúcar que algunos llevan.
Pero casi que le doy a la viejecita la razón.
Muchas veces hay que aplicar el dicho popular " lo que no mata, engorda"
Muchos saludos desde un pueblo cercano a Köln.
Hola Anónimo,
yo también suelo mirar las composiciones y a veces se me quitan las ganas de comprar, el otro día oí que había yogures que tenían extracto de pimiento rojo para dar color...no es muy apetecible.
Y el pan, tiene azúcar? no se me hubiera ocurrido. Mejor no seguimos...
Saludos
Lo de las fresas es querer amargarse, con lo fáciles que son de criar. Aquí en Escocia las tengo en el balcón. Sin pesticidas ni abonos (por pereza no los echo) y crecen como mala hierba.
En cuanto a la moda de rechazar que se echen "productos químicos" a los cultivos, me parece como volver a la Edad Media. Se ha demostrado repetidamente que los productos orgánicos (en España creo que los llaman "bio") no tienen ningún efecto beneficioso adicional para la salud humana. Pesticidas y abonos no han surgido por generación espontánea, sino durante décadas y décadas de observación y desarrollo.
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